VATICANO, 04 Abr. 15 / 02:52 pm (ACI).- El Papa Francisco
presidió esta noche la Vigilia Pascual en la Basílica de San Pedro, en la cual
llamó a los fieles a entrar en el Misterio de la Pascua con humildad y de la
mano de la Virgen María, siguiendo el ejemplo de las primeras discípulas de
Jesús.
A continuación el texto completo de la homilía del Papa:
Esta noche es noche de vigilia.
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El Señor vela y, con la fuerza de su amor, hace pasar al
pueblo a través del Mar Rojo; y hace pasar a Jesús a través del abismo de la
muerte y de los infiernos.
Esta fue una noche de vela para los discípulos y las
discípulas de Jesús. Noche de dolor y de temor. Los hombres permanecieron
cerrados en el Cenáculo. Las mujeres, sin embargo, al alba del día siguiente,
fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús. Sus corazones estaban llenos
de emoción y se preguntaban: «¿Cómo haremos para entrar?, ¿quién nos removerá
la piedra de la tumba?...». Pero he aquí el primer signo del Acontecimiento: la
gran piedra ya había sido removida, y la tumba estaba abierta.
«Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la
derecha, vestido de blanco» (Mc 16,5). Las mujeres fueron las primeras que
vieron este gran signo: el sepulcro vacío; y fueron las primeras en entrar.
«Entraron en el sepulcro». En esta noche de vigilia, nos
viene bien detenernos en reflexionar sobre la experiencia de las discípulas de
Jesús, que también nos interpela a nosotros. Efectivamente, para eso estamos
aquí: para entrar, para entrar en el misterio que Dios ha realizado con su
vigilia de amor.
No se puede vivir la Pascua sin entrar en el misterio. No
es un hecho intelectual, no es sólo conocer, leer... Es más, es mucho más.
«Entrar en el misterio» significa capacidad de asombro,
de contemplación; capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese
hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla (cf. 1 Re 19,12).
Entrar en el misterio nos exige no tener miedo de la
realidad: no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar
los ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes...
Entrar en el misterio significa ir más allá de las cómodas certezas, más allá
de la pereza y la indiferencia que nos frenan, y ponerse en busca de la verdad,
la belleza y el amor, buscar un sentido no ya descontado, una respuesta no
trivial a las cuestiones que ponen en crisis nuestra fe, nuestra fidelidad y
nuestra razón.
Para entrar en el misterio se necesita humildad, la
humildad de abajarse, de apearse del pedestal de nuestro yo, tan orgulloso, de
nuestra presunción; la humildad para redimensionar la propia estima,
reconociendo lo que realmente somos: criaturas con virtudes y defectos,
pecadores necesitados de perdón. Para entrar en el misterio hace falta este
abajamiento, que es impotencia, vaciándonos de las propias idolatrías...
adoración. Sin adorar no se puede entrar en el misterio.
Todo esto nos enseñan las mujeres discípulas de Jesús.
Velaron aquella noche, junto la Madre. Y ella, la Virgen Madre, las ayudó a no
perder la fe y la esperanza. Así, no permanecieron prisioneras del miedo y del
dolor, sino que salieron con las primeras luces del alba, llevando en las manos
sus ungüentos y con el corazón ungido de amor. Salieron y encontraron la tumba
abierta. Y entraron. Velaron, salieron y entraron en el misterio. Aprendamos de
ellas a velar con Dios y con María, nuestra Madre, para entrar en el misterio
que nos hace pasar de la muerte a la vida.
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